Venezuela un laboratorio politico social
Venezuela: un laboratorio político social
Recientemente un amigo me pidió opinión sobre un texto escrito por Luis Carlos Palacios en el cual enfila fuertes críticas a lo que denomina la “práctica privatizadora” del Gobierno venezolano, cuyas figuras principales serían el ministro de Agricultura Wilmar Castro Soteldo y el presidente Nicolás Maduro. El texto de Palacios, interesante por demás, refleja una característica fundamental que históricamente se viene dando en los procesos revolucionarios: la discusión o debate que Rosa Luxemburgo definió claramente entre lo que es reforma y revolución. De manera que una opinión en torno a esta cuestión dilemática no puede despacharse sencillamente con una frase de acuerdo o desacuerdo. El propio Palacios lo admite cuando señala la existencia “de una crucial e interesante controversia en el seno de la revolución”.
No podía ser de otra manera, una revolución es en términos latos un cambio profundo en todos los estamentos de la sociedad. Precisamente, por esta misma razón es un proceso de debate permanente, de alineamientos y realineamientos, de marchas y contramarchas o, como dice Álvaro García Linera, de “lucha, ida y venida”-
Venezuela es hoy un enorme laboratorio social, con múltiples actores, porque representa una visión de cambio -utópica para algunos y realizable para muchos- en un momento histórico en que el capitalismo en su fase imperialista se muestra en declive y por ende se vuelve más peligroso y agresivo.
En esa lucha, en esa controversia, hoy conviven –para qué negarlo- distintas visiones de lo que puede ser el proceso transformador: Desde posiciones revolucionarias que lo conciben como el tránsito hacia la sociedad igualitaria que describen los clásicos, pasando por conductas conciliadoras que de manera ilusoria creen que hay un lado humano del capitalismo que puede coexistir con premisas socialistas, hasta actitudes reaccionarias que han medrado y medran dentro de las cúpulas del poder con el objetivo del lucro personal y mafioso de la corrupción.
La gran pregunta que surge es ¿cómo resolver estas contradicciones? Volvamos a García Linera: “es más fácil hacer una revolución que profundizar la revolución… porque es fácil hacer una revolución aprovechando la crisis del orden neoliberal, pero es mucho más difícil anular el orden neoliberal en el espíritu, en el habla, en la ética, en la forma de organizar cotidianamente la vida… en el sentido común”.
Y vaya que es difícil hacer esa profundización, sobre todo en Venezuela, país que durante casi todo el siglo XX estuvo bajo el dominio de oligarquías depredadoras, serviles del capital extranjero, obedientes en lo político de la doctrina Monroe que, por cierto, fue la normativa a la que estuvo sometida la IV República hasta la llegada de Chávez.
Resulta muy complicada esta cuestión en un país sometido desde el punto de vista económico a una visión rentística que desdeñó el desarrollo de las fuerzas productivas mediante el trabajo del campo para la generación de la riqueza de sus bienes esenciales propios, y prefirió la comodidad de los royalties que pagaban las empresas extranjeras explotadoras de nuestro crudo; por cierto royalties mezquinos pero que, aunados a la incitación al consumismo de bisutería capitalista, conformó una mentalidad apátrida que prefiere “lo importado” a lo propio. Como lo dice nuestro cantautor Luis Mariano Rivera, hay gente que escoge manzana en lugar de nuestro mango criollo.
¿Cómo resolver estos problemas? ¿Será acaso, como lo propone Castro Soteldo, concretando la alianza con una supuesta burguesía que se transformaría en revolucionaria? ¿Habrá que seguir a pie juntillas el modelo chino? O en contraposición, ¿asumir -con todos los riesgos que eso implica- la construcción de un Estado de transición –otra vez García Linera- “en pelea intestina permanente entre las estructura económicas capitalistas de mercado y las nuevas estructuras emergentes de uso, de comunidad, de comunitarismo, de sociedad, desde el Estado, desde la sociedad civil, avanzando, retrocediendo”?
Sobre la primera premisa, ya lo señalamos en un trabajo anterior, la burguesía jamás podrá ser revolucionaria porque su esencia se sustenta en la propiedad privada de los medios de producción y en el proceso de acumulación capitalista. Para el burgués es fundamental tener el dominio, la hegemonía y la propiedad de los medios de producción que le permita controlar trabajadores asalariados y constituirse en elemento básico en la acumulación de capital. El burgués decide la paga que le entrega al trabajador que contrata y, a su vez, le expropia la plusvalía que genera la fuerza de trabajo excedente que este trabajador produce.
Sobre el modelo chino. Aun cuando no soy experto en este proceso, según algunos estudiosos se trata de un viraje en la política económica que pasa de un economía planificada a una economía abierta que los chinos explican como el “Pensamiento del camarada Xi Jinping sobre el socialismo con peculiaridades chinas de la nueva época”. En el campo político el país asiático se rige por el modelo de partido único, pero abre las compuertas a la economía capitalista, enfatizando en la innovación científica y tecnológica, y en el desarrollo de su infraestructura industrial.
Venezuela en cambio, viene del capitalismo más salvaje buscando una apertura hacia un modelo de distribución de sus riquezas más humano, independiente de los grandes centros de poder y con una redistribución del ingreso con énfasis en los sectores deprimidos. Además, en mi humilde opinión, creo que debemos regresar a Chávez y con él a Simón Rodríguez: Inventamos o erramos. Es la búsqueda de nuestro propio destino, de nuestro propio desarrollo auténtico “ni calco ni copia” como decía Mariátegui. Sólo que para ello necesitamos construir un Estado fuerte, de transición al socialismo sin ambages, que permita redireccionar los recursos del Estado hacia los sectores prioritarios. En lucha a fondo contra la corrupción en todos sus matices y también en combate implacable contra los enemigos internos y externos. En otras palabras, consolidar la revolución política para avanzar a la revolución social.