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Cultura y deportes

Otro futuro para las 90 mujeres jóvenes de Kidist Mariam

Un grupo de mujeres asiste a un curso de cocina en el centro de formación de Kidist Mariam, en Meki (Etiopía).Un grupo de mujeres asiste a un curso de cocina en el centro de formación de Kidist Mariam, en Meki (Etiopía).

En Etiopía, la población femenina en zonas rurales y aisladas, como Meki, lleva una vida muy dura. La formación y el ejercicio de un oficio supone para ellas una nueva esperanza

Apenas 130 kilómetros separan a Meki, una pequeña ciudad de 40.000 habitantes, de Adís Abeba, la capital de Etiopía, pero el trayecto dura casi tres horas por el tráfico pesado y el terrible estado de la carretera que cruza el país hacia la frontera sur con Kenia. Ese recorrido ya hace que te sientas muy lejos de cualquier parte, aunque el aislamiento en zonas rurales como esta es mucho más real y dramático de lo que parece en un principio. Para mí, que estoy de visita para conocer el centro de formación Kidist Mariam que ha puesto en marcha la Asociación Nuevos Caminos junto con la Comunidad católica de San Pablo en Meki, aislamiento es que se vaya la luz constantemente, la ausencia de una conexión a Internet o tener una ducha de la que sale apenas un hilo de agua muy racionada. Para las mujeres de Meki, el aislamiento supone mucho más.

Muchas trabajan de sol a sol. Es fácil descubrir el cansancio en su rostro. Por eso, lo que más sorprende al llegar al centro de formación Kidist Mariam es verlas reír. Para entender lo que este lugar significa para ellas, es necesario convivir un tiempo con las profesoras y las alumnas. De entrada son muy serias y tímidas, pero conforme pasan los días y toman confianza, se vuelven cariñosas y muy apapachadoras. Al tercer día, ya hacíamos la broma de que había que llegar con 15 minutos de antelación para saludar a cada una de ellas con el ceremonioso saludo local: un juego de manos, toque cruzado de hombros y tres besos al aire. Al principio cuesta coordinarse para hacerlo, pero al final le coges el truco y ellas lo reciben encantadas.

Kidist Mariam surge de la propia iniciativa de las mujeres de Meki. Visitando a las familias y asistiendo a sus reuniones en la parroquia, queda claro que hay muchas madres jóvenes que no salen de sus casas. Necesitan aprender un oficio para poder ayudar a la familia. Es una cuestión económica, pero también de dignidad y autoestima.

En Etiopía, las responsabilidades domésticas recaen en las mujeres desde muy temprana edad. El machismo predomina en la sociedad etíope y es muy acentuado entre la población rural. Las niñas se matriculan en las escuelas, pero son las primeras en abandonar los estudios porque el dinero se reserva para los uniformes y los libros de los niños, o porque hay que ayudar en casa para ir a buscar agua, leña, cuidar a los hermanos… La tasa de analfabetismo es del 60% entre mujeres rurales mayores de 15 años. Basta con asomarse a una clase de la escuela secundaria para comprobar que la mayoría de los alumnos son varones.

En Kidist Mariam hay 90 mujeres jóvenes que están aprendiendo un oficio. Las maestras cuentan con formación en costura, cocina y peluquería. Reciben también lecciones básicas de emprendimiento, para aprender a administrar sus pequeños negocios, y se suman a los grupos de ahorro para tener acceso a pequeños créditos. La mayoría trabajan cosiendo y remendando uniformes para los 1.500 alumnos de la escuela de Meki, en las cocinas de los hostales y albergues de la zona, o en su pequeña peluquería en casa. El centro tiene capacidad para 400 alumnas anuales.

Helen fue parte de la primera generación de graduadas del nivel superior y ahora es la profesora de costura para las alumnas principiantes. Es la más curiosa y extrovertida, y siempre terminamos conversando y riendo en un inglés muy básico. Ella compara su experiencia en el centro con un jardín donde no solo hay que plantar, sino también regar, abonar y podar para que las plantas crezcan y florezcan. “El centro hace lo mismo por las mujeres de Meki, trabaja con nosotras, nos da la esperanza de que podemos florecer, es un oasis dentro de la pobreza que vivimos". Suena cursi, pero es tan real que no puedo evitar emocionarme.

Decido que tengo que conocer mejor esta realidad y organizo un calendario de entrevistas con todas las personas que trabajan en el centro. Están muy ilusionadas y nerviosas. ¡Nadie les ha hecho nunca una entrevista! Les planteo preguntas básicas que me permitan tener una visión real: cuál es tu rutina diaria, qué haces los fines de semana, cómo celebras tu cumpleaños, qué sueñas para ti en cinco años. La realidad es aplastante, ya en las primeras entrevistas me entero de que las mujeres son las primeras en levantarse y las últimas en descansar. Sin electricidad, literalmente trabajan de sol a sol. Y lo más triste de todo: no tienen sueños.

Guchi responde al prototipo de mujer etíope. Su abuela le puso ese nombre, pues es alta y delgada como un avestruz, que se dice guchi en amárico coloquial. Siendo la mayor de 12 hermanos, su familia la entregó en dote a un hombre que le doblaba la edad a los 15 años. Es la profesora de peluquería, y antes de llegar a Kidist Mariam ganaba algo de dinero peinando a sus amigas en casa. Gracias a ella, entiendo que las mujeres se cubren la cabeza para proteger sus elaborados peinados del polvo de los caminos. Ellas los cuidan mucho, hechos con postizos y mucha creatividad. La peluquería les otorga un tiempo para compartir confidencias y cierta dignidad a pesar de sus vestidos raídos y sus humildes casas.

Guchi me cuenta que antes llevaba una vida muy distinta. Aunque es muy introvertida, tiene muchas ganas de contarme cómo su vida ha cambiado gracias al centro. Ahora entiende que las mujeres pueden trabajar y ganar dinero. Planea utilizar sus ingresos como profesora para arreglar su casa y ayudar a sus hermanas. Ahora se siente más cómoda hablando directamente con sus padres, con los que durante años solo se comunicaba a través de su marido. Pronto irá a visitarlos al pueblo, al que tarda siete horas en llegar caminando. Ahora sabe que, sin faltar al respeto a su marido, puede tomar decisiones como esta. Le pregunto qué tal se lleva con él, y dice que es un buen hombre y que ha aprendido a quererlo. A él también empieza a gustarle su nueva personalidad.

¡Tenemos una mujer vigilante en el centro! Una de las primeras mujeres a las que saludo cada día es a Ytataku, la vigilante de día. Ella es la encargada de gestionar las cuotas del pequeño comedor. Cada día se sirven unas 20 comidas a los trabajadores de las oficinas de desarrollo del vicariado de Meki, que está justo enfrente. Hasta entonces, no había ningún lugar cercano donde comer y llevar a los extranjeros que visitan los proyectos de desarrollo de la zona. La comida la preparan las mismas estudiantes de cocina cada día.

Ytataku es la responsable de gestionar las reservas y cobrar las comidas, es la primera sonrisa que te recibe en Kidist Mariam. Tiene dos pequeñas gemelas que van al centro preescolar del vicariado y pasan las tardes jugando en el jardín de las instalaciones. Antes de conseguir este trabajo, cada mañana recorría los caminos de Meki para conseguir pequeños encargos que le dieran monedas para comprar comida para sus hijas. “Kidist Mariam da esperanza a los desesperados, a las mujeres olvidadas. Aún siendo viuda, la gente ahora me trata con respeto y no como una mendiga. Soy parte de los grupos de ahorro y vivo más tranquila sabiendo que, aunque yo enferme, mis hijas podrán comer e ir a la escuela cada día. Sobre todo están creciendo viendo otras mujeres estudiando y aprendiendo".

En Kidist Mariam hay 12 mujeres trabajando, 12 historias, cada una más dura que la anterior. Pero allí son mujeres que ríen, que trabajan duro pero enseñan con cariño y paciencia a otras que, como ellas, poco a poco entenderán que tienen derechos y capacidades y que, cuidándolas un poco, pueden soñar con un futuro mejor.


Fuente: El País
Observatorio de medios del Centro de Saberes Africanos, Americanos  y Caribeños

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