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Política

Movimientos feministas en África

Diane Rwigara después de su detención. La ruandesa había intentado disputar la presidencia del país a Paul Kagamé Fotografía: GettyDiane Rwigara después de su detención. La ruandesa había intentado disputar la presidencia del país a Paul Kagamé Fotografía: Getty

 «Si las mujeres africanas hicieran huelga un día, el continente se pararía». Esta máxima no se traduce en un protagonismo dentro de las esferas de poder y de toma de decisiones. Los movimientos feministas continentales luchan por equilibrar la balanza.

Gloria Jean Watkins, conocida como bell hooks, dice que «el feminismo es un movimiento para acabar con el sexismo, la explotación sexual y la opresión» de la mujer. Esta profesora y activista social afroamericana, autora de El feminismo es para todos reitera que «el feminismo es una actitud política y no la elección de un estilo de vida o una identidad».

Las feministas en el continente africano existen y luchan contra el patriarcado imperante, y lo hacen en medio de insólitas historias de opresión. Por ello, en el preámbulo de la Carta de Principios Feministas para las Feministas Africanas se enfatiza que «nuestras luchas actuales como feministas africanas están directamente vinculadas a nuestro pasado como continente, a los contextos precoloniales, a la esclavitud, la colonización, las luchas de liberación, el neocolonialismo, la globalización… Los Estados africanos modernos se construyeron a espaldas de las feministas africanas, que lucharon junto con los hombres para la liberación del continente».

Mujeres y política

En las últimas dos décadas, las africanas han logrado grandes avances en la esfera de los derechos, en buena medida gracias a que muchos países han logrado una mayor estabilidad política. Ha habido un progreso notable, por ejemplo, en el derecho a elegir, a participar en el liderazgo político, en la capacidad para influir en los procesos políticos o en la misma justicia transicional. Las cuestiones de género, que en algunos momentos no fueron más que una ocurrencia tardía e interesada, están ocupando un espacio central tanto en los programas políticos, como en los escenarios donde se toman las decisiones.

Según la ONU, la presencia de la mujer en la toma de decisiones políticas sigue siendo deficiente en todo el mundo. En noviembre de 2018 solo el 24 % de los miembros de los parlamentos nacionales eran mujeres, frente al 11,3 % del año 1995. África, que presenta una media del 26 %, tiene el honor de acoger al país con el porcentaje más elevado del mundo: el 61,3 % de los parlamentarios ruandeses son mujeres.

En Kenia, las mujeres representan solo el 19 % de la Asamblea Nacional y el 27 % del Senado. A pesar de que en la Constitución de 2010 se establece que no más de dos tercios de cualquier grupo con representación en estos organismos puede ser del mismo género, el país no ha implementado esta norma. Como ha dicho la feminista keniana Marilyn ­Kamuru, «todas estas son solo muestras de un patriarcado ­irracional».

En las recientes elecciones presidenciales de Nigeria, celebradas en febrero de 2019, una de las principales candidatas, Oby Ezekwesili, se retiró. El país tiene un número muy bajo de mujeres elegidas para cargos públicos, apenas el 5,6 %.

A pesar de la lentitud del progreso, lo que sí se ha conseguido es que temas como la eliminación de la violencia de género, la preocupación por el trabajo doméstico no remunerado, el fomento de la igualdad de género o las reformas legales que permiten a las mujeres participar de forma más activa en la vida pública, ocupen un lugar predominante en el escenario público y político.

En este sentido, no se puede ­subestimar el trabajo de los movimientos feministas para garantizar en el continente leyes y políticas con conciencia de género. Estos avances no se han producido como resultado de la generosidad de la élite gobernante –en muchos casos, militar–, sino que se han conseguido en buena medida gracias a las reivindicaciones de los colectivos feministas.

El poder y los poderosos

Los movimientos feministas africanos están exigiendo a los gobiernos que vayan más allá de la política de gestos. En el campo de la representatividad, el objetivo nunca fue solo mejorar los porcentajes, sino cómo ese incremento de mujeres en cargos públicos supone una mejora para las condiciones de vida de los colectivos más marginados. Esta es todavía una tarea difícil para las jóvenes democracias africanas.

El caso de Ruanda es significativo. El elevado número de mujeres en cargos públicos no se traduce en una incidencia real en consecución de una mayor libertad política o en el progreso de las propias mujeres. En 2018, Diane Rwigara y Victoire Ingabire fueron detenidas por incitar a la violencia y la insurrección. Ambas, en épocas diferentes, intentaron disputar la presidencia a Paul Kagamé. Las etiquetas ­#FreeDianeRwigara y #FreeVictoireIngabire, que pedían la libertad para las dos activistas, fueron tendencia en Twitter.

En la mayoría de los países, los patrones se repiten y la realidad refuerza la marginación de las mujeres y un acceso desigual a los espacios públicos y políticos según el estudio Women in Political and Public Life, de la Oficina del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, donde se constata que la mujer sigue ocupando un puesto marginal.

La falta de transparencia, la fuerte monetización de las campañas electorales y la violencia son algunos de los factores que impiden que muchas mujeres y grupos marginados en África accedan al poder. Además, el capitalismo –como sistema de control de los recursos– y la creciente desigualdad hacen que la política solo sea accesible a los más pudientes, que controlan el poder y a la ciudadanía.

Hay algunos ejemplos destacables, como Etiopía, donde el primer ministro Abiy Ahmed nombró a la primera mujer presidenta de Etiopía, Sahle-Work Zewde, con un gabinete compuesto al 50 % por hombres y mujeres, y en el que estas ocupan puestos clave. También son mujeres la presidenta del Tribunal Supremo y de la Junta Electoral. En este caso, el cargo ha recaído en una antigua opositora. Aunque estos cambios son significativos, las feministas en Etiopía esperan que sirvan para abordar los desafíos que impiden la plena participación política de las mujeres.

Derechos económicos

África, el continente más joven del mundo con una media de edad de 19 años, tiene el reto de garantizar los derechos económicos de las mujeres. Según la ONU, siete de cada diez mujeres en África subsahariana están en edad laboral –el porcentaje es de cinco de cada diez en Europa–. Sin embargo, la mayoría de ellas están ocupadas en trabajos informales, mal remunerados y poco productivos. Un 76 % trabaja en la economía informal no agrícola, en comparación con el 59 % de los hombres.

En el informe del Foro Económico Mundial de 2018, se indicaba que África subsahariana podría tardar hasta 135 años en cerrar la brecha de género debido a las dimensiones del empoderamiento económico y político. Los derechos laborales de las mujeres siguen siendo uno de los núcleos de la reivindicación feminista, especialmente en la medida en que los centros de producción evolucionan en el continente a consecuencia de la mano de obra barata, y a legislaciones laborales débiles. Ante la ausencia de sindicatos bien organizados, los movimientos feministas siguen siendo cruciales.

Según un informe de la Organización Internacional del Trabajo sobre El trabajo asistencial y los trabajadores asistenciales para un futuro trabajo digno, para el año 2030, cerca de 2.300 millones de personas necesitarán cuidados debido al aumento de niños y personas mayores. La carga de las labores del cuidado no remunerado descansa, principalmente, en las mujeres. Estas realizan el 76,2 % de las horas de trabajo no remunerado de tipo asistencial, lo que significa tres veces más que el de los hombres en todo el mundo. Lo mismo sucede en África.

«El trabajo doméstico no remunerado es la principal barrera que impide a las mujeres ingresar, permanecer y progresar en el mundo laboral», señala el informe. La llamada a un reconocimiento, redistribución y remuneración de trabajos asistenciales no pagados está en el centro de la agenda feminista, no solo en África sino en todo el mundo.

La educación no es suficiente

Entre 1990 y 2016, la alfabetización de adultos en África subsahariana aumentó del 52 % al 65 %, mientras que la tasa de alfabetización juvenil pasó del 65 % al 75 %. A pesar del progreso, la disparidad de género en la alfabetización juvenil persiste, según la UNESCO. Mientras que en la mayoría de las constituciones se garantiza específicamente el derecho a la educación, la realidad demuestra que las chicas todavía tienen el acceso limitado. Más de 49 millones de niñas están fuera de la escuela primaria y secundaria en África subsahariana, y el 40 % de las niñas se casan antes de los 18 años. El matrimonio infantil, impulsado por las creencias sociales y la situación económica de muchas familias, sigue negando la educación a muchas niñas. Pero, en algunos casos, las barreras las ponen los mismos líderes políticos. El presidente de Tanzania, John Magufuli, puso en marcha una campaña para expulsar de la escuela a las niñas que se quedaban embarazadas.

Para la mayoría de las jóvenes que proceden de entornos empobrecidos, el acceso a la educación no es solo una cuestión de infraestructuras. Para muchas niñas, tener la menstruación significa no poder ir a la escuela: alrededor del 30 % de las niñas ugandesas dejan de asistir a la escuela por este motivo. Una destacada académica en Uganda, provocó la indignación del Gobierno cuando comenzó la campaña #Pad4GirlsUg.

La activista feminista Stella Nyanzi arremetió contra el presidente, Yoweri Museveni, y su esposa, Janet Museveni, ministra de Educación ugandesa, por no cumplir su promesa de facilitar compresas a las alumnas. Nyanzi captó la atención nacional e internacional con un lenguaje mordaz, lo que le valió ser acusada de «comunicación ofensiva» y «acoso cibernético» por el propio presidente. Como resultado de ello, fue detenida en 2018.

La búsqueda de la igualdad provoca resistencias en muchas ocasiones, y el impulso que desafía las restricciones sociales que limitan la autonomía de las mujeres, su identidad y su expresión sexual, está muy politizado y controlado, ya que a menudo se muestra como un «ataque a la cultura africana».

La profesora Oyeronke Oyewumi habla de esta hipocresía: «No me gusta la palabra cultura, porque se ha usado de manera muy negativa. No me gusta la cultura como una forma de explicar cosas en este continente, porque lo que veo es lo que llamo culturas de la impunidad, que ya representó la colonización. Porque si recordamos la colonización, trató de limitar o quitar tu soberanía».

Movimientos de protesta

Después de que los casos de violaciones de menores se duplicaran en un año, Sierra Leona declaró recientemente que la violación y la violencia sexual son una «emergencia nacional». El reconocimiento de la violencia sexual y el movimiento para eliminar las barreras a la justicia, así como para enfrentarse a los usos sociales –en muchos casos contrarios a la divulgación y condena de estos crímenes–, es lo que muchos grupos de derechos feministas están tratando de conseguir. En Malaui, políticas de diferentes formacionesy grupos de defensa de los derechos de las mujeres se han unido contra la violencia de cara a las elecciones que se celebrarán en mayo. El desencadenante ha sido el caso de una mujer musulmana, Veronica Katanga, desnudada en público por miembros de un partido opositor. El vídeo del ataque se hizo público en Internet.

A principios de marzo de 2019, cinco hombres fueron condenados en Puntlandia (Somalia) por la violación en grupo de una joven de 16 años. En la misma semana, Aisha Ilyas Adan, una niña de 12 años, fue violada y su cuerpo desmembrado por siete niños conocidos por su familia. Las mujeres somalíes salieron a la calle para protestar por un clima de violencia contra las mujeres que se acentúa por la inseguridad y se diluye entre la opinión pública, debido a la gravedad de la situación general del país.

En su libro Digital Democracy Analogue Politics, Nanjala Nyabola dice que mientras que «en la esfera pública todavía se silencia la voz de las mujeres, los espacios digitales hacen posible que las mujeres griten al vacío».

Cada vez son más las protestas organizadas por colectivos feministas, muchas de ellas a través de las redes sociales. Esto ha dado una visibilidad inédita a este movimiento. #MenAreTrash, la poderosa y provocativa etiqueta, que comenzó como forma de protesta contra el abuso sexual y el feminicidio en Sudáfrica, pronto se extendió entre otros muchos colectivos feministas africanos, que lo están utilizando cada vez más para desafiar –aunque sea de forma soez y grosera– a la misoginia. En marzo, las feministas kenianas organizaron marchas contra el aumento de asesinatos de mujeres con otra etiqueta: #TotalShutDownKe.

En febrero de 2019 una cuenta de Twitter en Nigeria aglutinó infinidad de comentarios sobre la violencia de género después de que una usuaria de esta red social compartiera su propia experiencia. Muchas tuiteras hicieron públicas sus historias personales, rompiendo así con el silencio que se impone sobre estas violaciones.

Su propia historia

El crecimiento de las redes sociales ha multiplicado las formas en las que las mujeres pueden conectarse, movilizarse y luchar. Estas plataformas han permitido replantear historias de mujeres cuyas vidas y testimonios habían sido anulados. Por ejemplo, a raíz de la muerte de Winnie Mandela, la segunda esposa de Nelson Mandela, las sudafricanas acudieron a las redes para desafiar las narrativas imperantes y reclamar su papel como luchadora por la libertad en la Sudáfrica del apartheid.

A menudo, los testimonios de las mujeres africanas se minimizan y se empobrecen, por lo que iniciativas como el Museo de Historia de las Mujeres, en Zambia, son cruciales. A medida que más jóvenes africanos busquen comprender y desplegar políticas feministas, el desafío será conformar una cultura africana verdaderamente inclusiva para todos los ciudadanos del continente.


Fuente: Mundo Negro: Por Rosebell Kagumire, periodista y bloguera. Editora de African Feminism.
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