El miércoles 18 de septiembre de 1994 me inicié formalmente en la docencia universitaria luego de ganar en la Escuela de Estudios Internacionales´(EEI) de la UCV un concurso de credenciales en la asignatura Economía del Desarrollo.
Soy un docente innato. En bachillerato ayudaba a los estudiantes con sus exámenes de reparación de física y matemática; al graduarme de bachiller, para tener algún ingreso, daba clases en una escuela primaria en El Marqués (Caracas) llamada “Alegre despertar”. Para tal compromiso me preparó la insigne escritora y maestra venezolana Blanca Graciela Arias de Caballero.
Antes de ingresar a estudiar a la EEI, cursé un año de filosofía en el núcleo que la Universidad Pontificia Romana tenía con los salesianos en Los Teques; por equivalencias estudié derecho en la UCV, en ese afán juvenil de estudiar de todo, concluí tres años que me han sido de gran ayuda en mi vivir cotidiano.
Egresé con honores de la EEI en 1989. En mi acto de graduación recibí, algo único en ese momento: todos los grupos de participación artística y socio cultural de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales (FACES), que para entonces eran muy numerosos, me otorgaron una placa de reconocimiento por mi participación y liderazgo en esas actividades.
Tuve excelsos profesores como Luis Britto García, Lolola Hernández, Trino Alcides Díaz, Domingo Maza Zavala, entre otros y compartí con intelectuales de la talla de Vladimir Acosta, Earle Herrera, Mario Sanoja.
Soy profesor de carrera, de escalafón, quiere decir que apliqué en un concurso de oposición en economía internacional ante un calificado jurado designado por el Consejo Universitario. Lo gané y he seguido la carrera docente tal como un militar, con una defensa periódica de ascensos, trabajos escritos, publicaciones, postgrados. Tengo rango de asociado en la UCV y de titular (el máximo) en la reconocida Universidad Católica Santa Rosa de Lima.
Sí, mi vocación es la academia y la producción intelectual. He impartido conferencias en varias universidades nacionales y fuera del país, como la Simón Rodríguez, UNERG, UNELLEZ, Argelia Laya, Francisco de Miranda, UNEFA, UMB, UNEXCA, la Universidad de Guadalajara, la Universidad Nacional de Guinea Ecuatorial, la Universidad de Pretoria, la Universidad de Sudáfrica, la Universidad de Guinea Bissau, la Universidad de Sudán, la Eduardo Modlane en Mozambique, la Universidad de Addis Abeba , la Howard University (Estados Unidos), la Universidad Madres de la Plaza de Mayo (Argentina). Y como quien tiene un hijo, siembra un árbol y escribe un libro, fundé y consolidé el Instituto de Investigaciones Estratégicas sobre África y su Diáspora (Centro de Saberes Africanos, Americanos y Caribeños)
Antes de ser docente universitario, era teatrero y narrador oral. Por la calle aún me llaman “cuentacuentos”, y, por supuesto, profesor. Buena parte de los estudiantes que han pasado por la EEI desde 1994 han estado en mis clases. Algo llevan de mí, algo tengo de ellos.
Desde la docencia he producido centenares de artículos de opinión y científicos que se encuentran en periódicos, páginas web, blog y revistas. A ello se suman mis tesis de postgrado, trabajos de ascenso y hasta ahora catorce libros temáticos que abarcan historia, literatura y relaciones internacionales. Me da gran gusto que el libro África Revolucionaria (traducido a cinco idiomas, entre los cuales está el wolof y el amárico) y África la Historia no contada, motivaron a muchos a hablar de los héroes y heroínas africanos. Nuestra obra escrita sobre Juan Germán Roscio Nieves ha sido clave en la vuelta a la memoria nacional de tan ilustre patriota, al que doy toda mi admiración, tal como a Matea e Hipólita Bolívar. Estos personajes, junto a Simón Bolívar, despertaron mi vena de investigador orgánico de la historia de Venezuela. Investigar, leer, escribir y enseñar son parte esencial de mi realización como ser humano.
Más allá de la remuneración económica – entendiendo que un país sólo puede adentrarse en el desarrollo pleno si planifica e invierte generosamente en educación, ciencia y tecnología imbuida en la moral que recomendó el Libertador -, dedico mi vida a la educación como el campesino que a diario atiende su siembra, mira crecer las plantas, las ve florecer y cosecha sus frutos.
“Vivat Academia vivant professores”. ¡Qué la palabra no sea en vano!