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Duro aprendizaje

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Duro aprendizaje

Por: ALEXANDER TORRES IRIARTE

Saber cuáles son las razones de las protestas sociales no es tarea fácil. Las explicaciones apuntan a causas económicas o políticas, obvios móviles del descontento de la gente.

El asunto es que los cuadros críticos son muchas veces iguales, pero no se repiten los fenómenos. Es decir, cualquiera puede suponer que hoy estamos peor que en 1989 y que por eso el “pueblo debe tirarse a la calle” (claro, este panorama calamitoso no asoma “el detallito” del bloqueo criminal).

Este es un razonamiento respetable, y a veces inducido por laboratorios mediáticos de la derecha, pero que, aguzando la mirada, no aguanta un somero examen. No hay comparación. De origen la democracia representativa nacida en 1958 fue un modelo que silenció, como política de Estado, todo lo que contraviniera los intereses del Establishment. Reprimir fue su regla principal. Esto lo decimos sin el ánimo de invalidar el descontento que pueda haber en muchos por una determinada mala gestión de un representante del Gobierno bolivariano.

Con el 27 de febrero de 1989 ha habido una satanización. Como hecho histórico, pendularmente, ha sido evaluado como una explosión social y como un vulgar saqueo.

Los analistas lo han ponderado como una “barbarie de los tierrúos”, especie de expresión prepolítica, y otros como un tubo de escape de un acumulado de frustraciones, una lucha de clases. Creemos que hay mucho de esto y más.

A nuestro entender, concurrieron aspectos estructurales, siempre latentes, el modelo capitalista, no del todo enterrado, y lo situacional, o sea, una toma de decisión económica errada a mediados de 1989.

El puntofijismo no daba para más. Ese depósito de burlas tropezaría con el arribo del segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez. La abstención de más de 20% se va a medir con la promesa de retornar a la Gran Venezuela. Pero las medidas draconianas del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial dirían lo contrario. Neoliberalismo puro. Más pobreza crítica, más marginalidad, menos ingresos, más aumentos de gasolina, mayores precios en las tarifas de servicios públicos, más incremento del pasaje de transporte, más subida del valor de los artículos de primera necesidad; y paremos de contar.

Los que vivimos ese instante presenciamos una conjunción de elementos: la típica jodedera de las mayorías, la rabia contenida ahora volcada en turba, el pillaje, el juicio colectivo, la organización popular, la justa acción, etc.; y todo sin una dirigencia de izquierda a la altura de las circunstancias.

El idealismo anacrónico de algunos, y la exquisitez de los “revolucionarios” de cafetines universitarios, de otros, no dieron con el llamado de los menesterosos. Sería un desconocido teniente-coronel, otro febrero tres años más tarde, quien despejara el enigma de los excluidos. Surgía así una sincronización creadora: un pueblo buscando a un líder y un líder buscando a un pueblo.

Ese país de hace 34 años era un polvorín. Del 27 de febrero de 1989 asimilamos que en política la palabra empeñada debe cumplirse; que la soberbia mientras se gobierna no es buena consejera; que el grosero contraste carencia-opulencia por parte de dirigentes y dirigidos es suicida; que el brote neoburgués se huele a distancia; que duele cuando necesitamos una industria nacional fuerte y no se tiene; que debemos cultivar el agro en serio. Comprendimos con lecciones de sangre que como pueblo siempre debemos estar vigilantes y en perenne movilización.


Fuente: Últimas Noticias
Publicado por AiSUR
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