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Opinión

África busca solución a sus conflictos

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África atestigua la posibilidad de resolver problemas de seguridad, como pactar la paz en Sudán del Sur y en Mozambique, así como negociar la transición sudanesa.

De hecho, se asiste a un momento excepcional en el cual la región se orienta hacia uno de los principales objetivos expresados por los próceres como Nelson Mandela y Julius Nyerere, respecto a resolver fundamentalmente los problemas del área en el propio contexto continental.

Eso no significa desconexión, ni mucho menos un aislamiento que fracture la solidaridad y ponga en crisis el esfuerzo común en las esferas de los derechos humanos y la democracia, al contrario, solucionar los disensos internos refuerza el papel de la autoridad y de la gestión soberana.

Tales acciones para salvaguardar la estabilidad imponen una comprensión amplia del escenario regional en el cual lo uno y lo diverso se corresponden, y sin violar particularidades nacionales algunos logros en cuanto a la paz podrían generalizarse con aplicaciones que competen solo a la Unión Africana (UA). 

Desde su creación en 1963 la UA -antes Organización de la Unidad Africana- participó directa o indirectamente en la resolución de una significativa cifra de conflictos, incluyendo guerras y disputas de otras índoles, por lo cual hay experiencia acumulada en esa práctica.

En la mayoría de los casos disolver los dilemas corrió a cargo de grupos subregionales: la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (Cedeao), la Comunidad de Desarrollo de África Austral (SADC), la Autoridad Intergubernamental para el Desarrollo (IGAD), generalmente en coordinación con la UA. 

Los ejemplos expuestos reafirman que África está aprobando el examen requerido por la contemporaneidad y pasa la página de la imposición de la fuerza para asumir la negociación como mecánica para el entendimiento y la diplomacia como instrumento de concertación.

Sin embargo, todo no está hecho en un continente cuyo mayor reto es dar una vuelta a la historia, algo de lo que está consciente la UA, la organización que más lejos ha llegado con sus propósitos de reordenamiento institucional y proyectos integrales de fraternidad.

PAZ EN SUDÁN DEL SUR

Así hay que comprender cómo el acuerdo de paz sursudanés coloca al más joven Estado del continente en una posición que presupone un gran compromiso y hace que el presidente Salva Kiir y su primer vicepresidente Reik Machar asuman una responsabilidad ante sus ciudadanos, pero esencialmente ante la historia.

Toca ahora reconstruir un país devastado por cinco años de una guerra que desde su inicio borró los límites de la prudencia y desechó las oportunidades -al menos dos- que tuvieron los principales rivales para zanjar diferencias en la lucha por el poder y la cual estremeció al continente cuando se perfiló como un conflicto étnico.

El pasado 5 de agosto se firmó por tercera vez un pacto para la distensión, lo cual significó desentenderse en gran medida del peligroso encono entre comunidades, sobre lo que en su momento alertaron los mediadores de la Autoridad Intergubernamental para el Desarrollo al aludir al etnocidio ruandés de 1994. 

La UA tomó nota al respecto y se congratuló con que se detuviera la guerra, causante en cinco años de casi 400 mil muertos, 1,7 millones de desplazados internos y dos millones de refugiados en países vecinos; entre ellos el que más víctimas acogió fue Uganda con más de un millón de víctimas.

La paz en Sudán del Sur además de posibilitar la normalización de las tareas sociales, permitirá la recuperación de la actividad económica central, la producción petrolera, y el retorno de desplazados, lo que también es la revitalización de la agricultura y la ganadería. Con la distensión negociada todos ganan. 

MOZAMBIQUE AVANZA EN LA UNIDAD NACIONAL

Otro caso positivo fue el entendimiento entre los rivales tradicionales, el Frente de Liberación de Mozambique (Frelimo) y la Resistencia Nacional Mozambiqueña (Renamo), que hasta la década de los años 90 del pasado siglo encarnaron roles principales en África en el ámbito de la Guerra Fría.

El país, cuna de los patriotas Eduardo Chivambo Mondlane (1920-1969) y Samora Moisés Machel (1933-1986), el 6 de agosto avanzó en la unidad nacional, más allá de las diferencias políticas e ideológicas, que durante años marcó profundamente a un Estado que se mantuvo con valentía en pie de guerra. 

Ambas fuerzas políticas firmaron un nuevo pacto, el tercero, que deberá sellar definitivamente uno de los conflictos más antiguos del continente. En la capital, Maputo, el presidente Filipe Nyusi y el jefe del partido Renamo, Ossufo Momade, también aleccionaron al continente sobre la posibilidad de alcanzar la paz.

POLÉMICA SUDANESA

Aunque con las particularidades propias de su arabicidad las manifestaciones contra el gobierno de Omar Hassán al Bashir se interpretaron como levantamientos civiles contra la autoridad -principalmente la militar- que en Sudán desempeñó un rol predominante en la gestión política.

Las demostraciones comenzaron en diciembre pasado con las protestas contra el alza del precio de la harina (el pan) y la retirada de los subsidios a los combustibles, todo lo cual generó una conmoción que unió a miles de ciudadanos. Las demandas se radicalizaron y se transformaron acervas críticas que exigían la renuncia del mandatario.

Al derrocamiento del gobernante sucedió la instauración de una junta castrense que no encajaba con las aspiraciones de los participantes en las manifestaciones, quienes se pronunciaban por ir más allá que deponer a Al Bashir al exigir el retorno lo antes posible a la civilidad, entendida como retornar a la buena gobernanza. 

Eso rompió el dique en relación con el poder, el cual se vio enfrentado; entonces comenzaron los consejos y la mediación de políticos africanos interesados en evitar la fractura del otrora país africano más extenso (hasta 2011, cuando se separó Sudán del Sur) y así llegaron los militares y los líderes de las protestas a las negociaciones.

Las partes se entendieron, algo que parecía muy difícil por sus posiciones encontradas; para hallar el equilibrio debía haber un intercambio de concesiones que no defraudaran al Ejército -el Consejo Militar de Transición-, ahora con la jefatura del país, ni se desentendieran de la presión popular expresada en las calles.

Esa etapa que transitó por un camino sinuoso mostró, sin dudas, la capacidad resolutiva de África como unidad, pues desde los diversos polos políticos del continente se escucharon voces alentando al logro de una solución que respetara los principios de la soberanía exclusiva de Jartum sobre el asunto.

La solución llegó cuando aún las calles permanecían calientes y constituyó un hito, pues el núcleo duro castrense cedió y la oposición, representada por las Fuerzas de la Libertad y el Cambio también, aceptaron realizar transformaciones institucionales. La transición se extenderá por tres años antes del traspaso del poder a los civiles.

Todo lo anterior deja una enseñanza: la necesidad de la cohesión, que en definitiva es la única forma que el Tercer Mundo tiene de pervivir en la salvaje selva neoliberal.

Sigue actual el consejo de los próceres: Resolver los problemas africanos entre los propios afectados, pues las recetas exógenas cuando no se afilian a la solidaridad real se transforman en simulación dañina y el continente rechaza -por consenso, algo muy propio- tales engaños, porque la región se respeta a sí misma.


Fuente y Autor: wanafrica /Julio Morejón
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