walcott internet
Santa Lucía, una islita caribeña que se disputaron franceses e ingleses por casi dos siglos, es el país con más premiados con un Nobel respecto a su población total.
La aritmética también tiene sus espejismos. De 150.000 ciudadanos, dos merecieron el lauro de la Academia Sueca: Arthur Lewis, el de Economía en 1979, y Derek Walcott, el de Literatura en 1992.
Walcott, que desde los años 80 del siglo pasado fue acunado por las academias norteamericanas, dibujó en su obra esas Indias Occidentales que permanecían anónimas, apenas delineadas en los carteles turísticos. Harvard primero y Boston luego, hasta nuestros días, han sido plataformas desde donde alcanzó visibilidad su obra poética; de ahí llegan El testamento de Arkansas, en 1987, y tres años después Omeros, así, sin h, un poema épico que tropicaliza La Odisea.
Como una isla, la obra de Walcott evolucionó de modo distinto a la literatura continental. Paralelo al boom del realismo mágico, o a la no ficción de denuncia, el autor se centró en una vocación origenista, raigal, desde los aportes holandeses, británicos, aborígenes y africanos: el mejunje anglocaribeño. “(…) la mancha en la vulva de la azucena amarillenta, los falos del llantén,/ el volcán que irrita como un chancro, el humo de la lava/ que trepa con su siseo hacia la diosa sibilante”.
Si a Estados Unidos debe la notoriedad dentro del mundo académico, es a Trinidad y Tobago al que corresponde su entrada en el mundo de las tablas. Desde que en los 50 dejó Castries, su ciudad natal y capital de Santa Lucía, para establecerse en ese otro estado insular, Walcott fundó el Taller Trinitario de Teatro, desde donde escribiría sus primeras piezas dramáticas, entre ellas Sueño en la montaña del mono, la más conocida.
Para el autor lo mítico adquiere relevancia en los poemas y en las artes escénicas, las dos manifestaciones por las que hoy se le sigue leyendo, editando en volúmenes bilingües y otorgando Doctorados Honoris Causa.
La madre, una maestra que llevaba y recitaba poemas en la casa, fue quizá el motivo por el cual creció el interés por la palabra escrita en aquellos ojos claros. Hay en los versos de Walcott un espejismo nostálgico, del padre, la isla, los volcanes, el mar: “Esos poemas que he alzado no se vinculan a traducción alguna / como si fueran hitos musgosos; /cada uno baja como una piedra/ al fondo del mar, asentándose, pero déjalos yacer, con suerte,/ donde las piedras están profundas, en la memoria marina. “Déjalos estar, en agua, como mi padre, que hacía acuarelas/ se adentraba en su trabajo. Llegó a ser una de sus sombras,/ dubitante y difícil de ver bajo la luz solar del verano./ Se llamaba Warwick Walcott. A veces creo/ que su padre, por amor o bendición amarga/ lo llamó así en honor de Warwickshire (1).
Las ironías/ se mueven. Ahora, cuando reescribo un verso,/ o esbozo en el papel que se seca rápido las frondas de cocos/ que él hizo tan tenuemente, las manos de mi hija se mueven en las mías./ Las caracolas se mueven por el fondo marino. Acostumbraba a mudar/ la tumba de mi padre de las ennegrecidas lápidas anglicanas/ en Castries adonde pudiera amar a los dos a la vez/ el mar y su ausencia. La juventud es más fuerte que la ficción”.(2)